Un caos ordenado fue la premisa que inspiró el diseño de esta singular vivienda. Ubicada en una esquina estratégica entre tres calles, el proyecto responde a un desafío claro: crear una barrera protectora que aísle el programa familiar del bullicio exterior y brinde privacidad absoluta. La solución fue contundente: un volumen macizo y rotundo, que actúa como una muralla entre el interior íntimo y el ruido de la vida urbana.
Este volumen se concibe como una caja rígida y sobria, una fachada plana y poderosa que delimita el programa habitacional familiar, marcando una separación drástica entre los espacios públicos y privados. Sin embargo, la aparente simplicidad del diseño se enriquece con la adición de piezas volumétricas que se adhieren a la envolvente, creando un juego dinámico de formas y movimientos. Estas adiciones representan el «caos» exterior, evocando el dinamismo del entorno: el tránsito de coches, el flujo de personas y el ruido constante de la ciudad.
A pesar de esta dinámica exterior, la envolvente también actúa como una transición hacia el interior, buscando equilibrio. Aquí es donde entra el «orden»: el ritmo preciso y meticuloso de los huecos de ventanas y puertas. Estos elementos están cuidadosamente alineados bajo criterios compositivos rigurosos, logrando un balance entre el movimiento caótico del exterior y la serenidad controlada del interior.
El resultado es una vivienda que encarna la dualidad de su contexto: un refugio familiar que dialoga con su entorno a través de un caos cuidadosamente diseñado, convirtiendo el ruido urbano en un lenguaje arquitectónico sofisticado.
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